jueves, 22 de agosto de 2013

Automóviles y Autosmartphones: cómo conducirlos.

A juzgar por el título, alguno se echará las manos a la cabeza, y pensará que se me ha ido la olla, que creo poseer la autoridad y la credibilidad suficientes como para embarcarme en motores, neumáticos, embragues o cambios de marcha. Que no cunda el pánico. Aquí, en este blog, el castellano y sus términos se llevan hasta el límite. Por tanto, y como quién avisa no es traidor, si continuas leyendo, sabrás lo que es un automóvil y qué puedes hacer con él.

Un automóvil es un vehículo de motor. Sí, pero no. ¿Cómo que no?, diréis. Sí, que lo es, pero jugando un poco con las palabras, surge una nueva acepción. Etimológicamente, procede de acoplar “autómata” (aquel que actúa sin pensar, por inercia, como si estuviera programado, al igual que un robot) y “móvil” (dispositivo telefónico que, a menos que sea para cargar la batería, es inalámbrico). Luego, automóvil es la persona cuya conducta viene fuertemente marcada por un uso del teléfono móvil sistemático y dependiente, y que posee pautas similares a las de un mecanismo programado (en este caso, para el empleo de dicho objeto). Pues, acronimia artificial. Todo esto no significa que debamos renunciar a los móviles. En efecto, han facilitado en gran medida las comunicaciones, y me encantan por ejemplo el diseño y las funcionalidades de los iPhone o las pantallas táctiles del resto de smartphones, que conste.

No es de extrañar que el significado de automóvil, no el significante, pueda sonar novedoso, aún así lo más innovador de todo no es éste, sino su referente. Pues, sus orígenes se remontan a la fecha de aparición de ese gran invento, de ese gran amigo del hombre, que ha terminado por desplazar en muchos casos a amigos, a familiares, a docentes y discentes, a dueños y mascotas... Una situación mucho más traumática no es cuando la pantalla, sedienta de energía, pide una caña más de electricidad, ni tampoco cuando se desliza el dedo hasta meterte en el Whatsapp y que, por lo tanto, tus conocidos sepan que has leído sus mensajes; es cuando el perro y el dueño están separados por el móvil, el maldito móvil. Perdonad, automóviles, nunca debí llamar al móvil móvil, sé que esa denominación es humillante, ¿preferís el pijo smartphone o el pretencioso iPhone? ¡No lapidarme, por favor! Bueno, mientras construyo un búnker para defenderme de los adictos, de los zombies del smartphone, continúo con la cuestión del perro. Éste se siente desamparado y, al igual que una esposa resignada siente que el nuevo televisor de cien pulgadas se interpone en su cada vez más tediosa relación matrimonial, el perro compara los viejos paseos cargados de júbilo por las calles otoñales con las actuales salidas forzadas para mantener la relación con la misma desidia que un automóvil destroza el castellano. Al final, la esposa acaba desligándose del marido-sofá, como lo hace la mascota consigo misma, hasta acabar más dueños de sí mismos que nunca. Y, claro, la mascota se vuelve más dueña de sí que su propio dueño. Y, ¡tachán, tachán! El perro se convierte en el propietario de su dueño, y el dueño, despojado de voluntad e ilusiones, se transforma en el animal. Dicen las malas lenguas que ahora los perros son los que sacan a pasear a la mayoría de personas, y si se dejan atar con las correas, es sólo para evitar los ladridos de los automóviles y para que, en caso de que éstos se pierdan, poder llevarlos hasta casa.
“Bloguero, no nos la des con queso”, me estaréis diciendo. Queréis soluciones y medidas estrictas, para que vuestro hijo, vuestro marido, vuestra niña, vuestra esposa, vuestro perro, vosotros mismos, o para vuestra vecina adolescente del quinto se despegue de ese terrorífico aparato. Pues, nada, aquí tenéis dos tazas. Tal vez no sean muy ortodoxos los consejos, tal vez vaya siendo hora de comprar coronas funerarias o tal vez haya llegado el momento preciso de que vuestro familiar haga el testamento, pero eres tú quien toma la última decisión. 

1º Truco casero: Retención y humedad.
Mientras ese ser vivo, ese ermitaño enfermo, esté despierto no lo ataques: podría retraerse sobre sí mismo como un bicho bola. Además, a modo de venganza, podría subir el volumen del móvil (pero, ¡qué manía más tonta!, ¡si ya me habéis pedido que diga smartphone!) y obligaros a escuchar el estridente, el repetitivo, el ensordecedor sonidillo avisando de la llegada de otro insignificante What'sApp. Madres y padres del mundo, nunca bajo ningún concepto, ridiculicéis su incesante actividad automovilística delante de él. Podría regalarte un billete gratis al cementerio, pero no os preocupéis, al menos, allí el maquillaje, las mechas y los implantes de silicona están de más. Pues eso. Dormido el enfermo, maniátalo y amordázalo a una silla; a continuación, dirígete a la cocina y cojes un vaso. Lo llenas de agua hasta rebosar, y ante el automóvil, mojas a su dueño, el móvil. ¡Fallo técnico! En el vaso del vino no cabe. ¿Has probado en el de la leche? ¡Ay, qué tonto! ¡Si tampoco cabe...! Veamos... ¿la ensaladera? ¿El fregadero? ¿La bañera? ¡Mierda! ¡Si tampoco posee la capacidad suficiente como para sumergirlo...! ¡Eureka! Ya está: la piscina municipal, la que más calles tenga, para evitar perder el tiempo entre desplazamientos, porque entre que sacas al obseso de casa con la silla y todo... A lo mejor te vendría bien aprovechar las procesiones de Semana Santa y que un costalero despistado traslade a tu hijo, aunque más te vale no perder tiempo, porque si se le ocurre fagocitar la cuerda, la tela o la silla de acero, estaremos perdidos. Entonces, sumerges el móvil en el agua. RIP para el smartphone.

¿Cómo es posible que los ordenadores tiendan a empequeñecerse y, por contra, los smarthphones dupliquen su tamaño con un vigor semejante? El tamaño importa, parece. ¡Viva el ladrillo! Además, ¿para qué ver una película en la televisión, frente a un cómodo y mullido sofá cuando se puede ver también en una pantalla pequeña, sujeta con las manos a lo robocot y sentado en la misma posición con que esperas el autobús o con que esperas tu turno en las tiendas de Movistar para comprarte otro Smarthphone? En este aspecto, sí que encuentro una envidia y una competencia insana entre los jóvenes varones especialmente, porque eso de comparar los centímetros de un móvil, debe ser una técnica de apareamiento o de cortejo, o un ritual entre los machos aparentemente alfa para mostrar su superioridad y virilidad. Según cuentan los espectadores de Salvamé que afirman ver al mismo tiempo los documentales de La 2 bajo el truco de la ubicuidad, el otro día hubo un enfrentamiento entre ciervos cornudos por ver quién le medía más. “El mío mide 20 centimetros”, presumió uno. “Pues yo lo tengo más ancho”, replicó otro. Y, como no sabían cuál de los dos móviles era mejor, más viril, pues dijieron vamos a luchar, como se ha hecho toda la vida, y nos dejamos de mariconadas.

2º Truco casero: Aniquila toda su personalidad, residente sólo en su móvil.
Cansada o cansado de convivir con un automóvil sin frenos, que va cuesta abajo por la vida, cuyo destino parece resumirse en una caída inminente hacia el precipicio. Pues ya sabes, mete primera y acelera. Traduzco: arranca y comienza por lo grande, como en los coches antiguos. Y un buen arranque es dañar la manzanita de Apple, ya que un iPhone vale por esta fruta del pecado. Puede estar roto, puede quedar carbonizado, pero si en el entorno social del automóvil sólo hay una manzana y esa es la tuya, eres el amo. Si el móvil no es de la empresa de la manzana, entonces lo protegerá con una carcasa. Su función básicamente es mostrar la personalidad y el carisma del propietario, porque, ¡claro!, no reside en las ideas o en la actitud para con la vida, sino en algo más profundo: en si la carcasa es una cinta de radiocasette o si contiene dibujitos de Hello, Kitty!. En efecto, algunos automóviles colocan manzanitas al estilo Apple en la cartera, en el armario o en el cajón donde guardan su iPhone para señalar la presencia de sus dueños, -digo perdón de sus nuevas mascotas-, los móviles. Sí, como en los Sims, que sobre ellos siempre hay una figura geométrica verde para localizarlos con facilidad. Pues nada, rompe la carcasa o la manzana. Así perderá reputación, por lo que te asegurarías una hora sin que tu parto desgraciado se deje la vista y las dioptrías en el gran invento del milenio. Y, ¿qué sucederá después? Pues, o bien se compra otro, o bien te intenta agredir, o bien las dos cosas. Necesitarás una dosis grandísima de coraje.

3º Truco casero: Consulta el voltaje doméstico a tu proveedor, construye un zulo o acude a un profesional.
Y, la tercera salida es quizá la más angosta y con la que menos capacidad de maniobra tendrás para dar marcha atrás. En este blog no se apoya la violencia, claro está. La agresividad y el mal trato nunca pueden justificarse. Nunca. Sería como perder los ocho o doce puntos del carnet de la humanidad y de la ética. Por eso, quisiera dejar constancia de que en todo momento estaré hablando del móvil, no del automóvil, salvo que así lo indique. Una idea sería planificar alguna argucia para provocar una subida de tensión eléctrica y cargarte el móvil del automóvil. Repito me refiero al móvil (o smarthphone), pues aunque desees con toda tu alma achicharrar o producirle una descarga eléctrica al adicto, eso está prohibido, podrías acabar en la cárcel, pero, por desgracia o por suerte, no lo sé, esa prisión no tendría jamás el mismo calibre de dolor y dependencia que la del un autoencarcelado automóvil.

Podrías meter en un zulo el móvil. Pero, no adolezcas de ingenuidad. Una automóvil tiene la apariencia de la niña de la curva, y es tan irritante como los largometrajes publicitarios en medio de una película televisada. Con su irritación es capaz de escarbar con las uñas, de esnifar las ondas que emite el litio de la batería, de aguzar el oído para escuchar entre las partículas de aire la desintegración de la carcasa del móvil mil años después, cuando ya sea un zombie. Por tanto, entiérralo entre capas y más capas de cemento, madera, mármol o yeso, y bajo el zulo del zulo del zulo de otro zulo, escóndelo y, finalmente, entiérralo. Recuerdo que se trata del aparatejo, no del automóvil, aunque ahora creas que tu prioridad es enterrar a tu automóvil a lo vampiro. Pero, piénsalo mejor. Un psicólogo es una buena salida. No des más vueltas, aparca en una consulta médica y. con mucha suerte, con el gasto del servicio sólo le permitirás al especialista que se compre Rusia, y no siento ningún rechazo hacia este país, pero su enorme superficie ilustra bastante bien lo que quería decir.

Lamentablemente, suele ser más sencillo estacionar en segunda fila, lo que no es otra cosa que aferrarse a la idea que haga lo que quiera, que es cosa suya, cuando en verdad lo que necesitaría a gritos es que alguien le ayude a tomar consciencia de que las nuevas tecnologías sirven para unir a los individuos, siempre y cuando se les dé un buen uso; pero que, por culpa de un consumismo fervoroso, de unos hábitos de consumo nada saludables y de una autoestima calibrada por el prestigio de la marca y los centímetros del teléfono móvil, ahora la permanencia de los grupos de amigos, la intimidad y la libertad real con la conjugación de los adelantos tecnológicos queda en un mito, o sea, en una gran mentira que nos quisieron vender, pero que sólo entrañaba la creación en los más vulnerables de una necesidad innecesaria hasta transformarlos en simples automóviles.

>> En la próxima entrada, seguiremos con el tema de la adicción al móvil y los automóviles.

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