domingo, 13 de agosto de 2017

JUAN VALERA - "Juanita la Larga"


Juanita la Larga (1895) no es Pepita Jiménez, aunque compartan sus rasgos más característicos: una escritura, aunque sencilla, delicada y elegante, que persigue la belleza a través de una nostalgia complaciente, recreando cuadros costumbristas y bucólicos, un empleo de los elementos narrativos muy tradicional, y un amor que ha de lidiar con los convencionalismos sociales de la época: si en Pepita Jiménez el seminarista Luis de Vargas lucha contra su atracción hacia Pepita Jiménez, viuda de un octogenario y prometida de su padre, en Juanita la Larga el conflicto surge del enamoramiento de un hombre cuya edad triplica la de su amada, de diecisiete años, que da título a la novela.

Se lee bien, se disfruta, entretiene como lo hace El tiempo entre costuras –y con un estilo, un tono, muy similares– o cualquier telenovela, pues está repleta de lugares comunes del género de la novela rosa. Con solo señalar el nombre del pueblecito donde se desarrollan los hechos, Villalegre, uno puede hacerse idea de esta narración. Personajes tópicos, progresión del argumento previsible, escasa pretensión crítica hacia la sociedad… Del mismo modo, si bien proliferan más los refranes entre los personajes más humildes y Juana en la página 203 dice manoscomio o monomonio en vez de manicomio, el discurso de los personajes es demasiado parecido. Juan Valera no atiende las diferencias dialécticas de sus personajes, Juanita la Larga, en ocasiones, enlaza una serie compleja de razonamientos admirable, pero no verosímil. Ahora bien, esta característica no es tan visible como en Pepita Jiménez, donde hasta el personaje más inculto debate sobre filosofía y con una variedad enorme de vocabulario.

Ahora bien, esto no impide apreciar las dotes como novelista de Valera, pues, salvo cuando abandona el conflicto para describir la Semana Santa y otras fiestas del pueblo, logra manejar la tensión dramática y el interés del lector. Y más le valía, pues sus cuarenta y cinco capítulos y su epílogo se fueron publicando por entregas en un periódico, de modo que tenía que ganarse capítulo a capítulo el apoyo de los lectores de este folletín. Con miras a lograrse, recurre no solo a un conflicto amoroso en que compensa su gusto por la descripción costumbrista con una cantidad generosa de giros argumentales, enredos y malentendidos, sino que, además, recuerda en las primeras líneas de cada capítulo la situación en que había quedado el relato en la entrega anterior o resulta demasiado explícito en sus intenciones, a veces, incluso, dirigiéndose a los propios lectores, como en los siguientes fragmentos:
Sin el menor artificio he presentado ya a mis lectores a varios de los personajes principales que han de figurar en la presente historia; pero me quedan dos todavía, de los cuales conviene dar previamente alguna noticia (p. 81).

En el momento en que va a empezar la acción de esta verdadera historia, Juana tendría cuarenta años muy cumplidos, si bien conservaba aún restos de su antigua belleza (p. 82).

Ruego al lector que me dé entero crédito y que no imagine que son ponderaciones andaluzas o que mis simpatías hacia Juanita me ciegan. Lo que digo es la verdad exacta, pura y no exagerada. Yo he estado en Villalegre; he visto algunos trajes hechos por Juanita, y me he quedado estupefacto. Y cuenta que yo tengo buen gusto. Todo el mundo lo sabe (p. 174).

Otros logros serían la caracterización de los personajes a través de la gastronomía que consumen o que regalan (así defienden los platos tradiciones andaluces Juan Valera) así como los elementos intertextuales, cómo incluye el romance De Mérida sale el palmero (p. 165), referencias bíblicas –se alude a la infertilidad de Abraham y Sara y en la página 173, se dice: «Juanita fue, pues, mirada, si no como paloma sin mancilla, como Magdalena arrepentida y penitente, no de la culpa, sino del conato», la sustitución de la Larga por el apellido real de modo a similar en don Quijote pasa a ser llamado Alonso Quijano (p. 159), el Bueno, los refranes o La Celestina:
Al principio se difundió tanto la idea de que Juana había llevado su complacencia inmoral hasta ser tercera de su hija, que la llamaban menos para trabajar en las casas principales por el temor de pervertir a las Melibeas de dichas casas (p.172).

A mi juicio, Valera y Pepita Jiménez, el clásico con que merecidamente ha logrado trascender, habría destacado más en el siglo XVIII, junto con su admirado Fernández de Moratín, que en el siglo XIX. Echo en falta en Juanita la Larga una crítica real de las injusticias de su tiempo (y del nuestro), o autocrítica, si tenemos en cuenta su conservadurismo. Se limita a señalar un problema social, por ejemplo, el caciquismo, pero con benevolencia. Carece de carácter. Y, además, en ocasiones, incurre en estereotipos y en alguna frase puesta en boca de un personaje femenino poco creíble: no me imagino decir a una mujer «Y ve tú ahí lo que son las mujeres» en el siguiente fragmento:
―[…] Y ve tú ahí lo que son las mujeres: me halaga, me lisonjea creer que me ama tanto, y esta creencia es al mismo tiempo causa de mi pena y del remordimiento que me destroza el alma (p.172).

Todo ello no quita que logre ser coherente y ser modelo de lo que afirma el narrador en la página 238:
A mi ver, hasta en corregir, atildar y perfeccionar lo que se hace, aunque no niego que se presta al atildamiento y a la mejora, es menester andarse con tiento. Puede ocurrir […] por el prurito de acicalar el estilo, manosea, soba y marchita lo que escribió y lo deja mustio, lamido y sin espontaneidad ni gracia.

Juanita la Larga, en el fondo, es demasiado hija del tiempo y las condiciones en que se gestó, como la fascinación por el esoterismo que experimenta Policarpo, el boticario, que también se refleja en La sirena negra, de Pardo Bazán, a cuya entrada en la RAE como académica se opuso Valera alegando que «su trasero no cabría en un sillón de la RAE», por cierto. De lectura rápida, entretenida, una novela rosa de calidad no muy extensa (en torno a las 250 páginas) en que la contraposición de Inés, la hija de don Paco, y Juanita recuerda a la que con más gracia y desarrollo llevó a cabo Benito Peréz Galdós a la hora de oponer los caracteres de Jacinta y Fortunata, respectivamente. Carece de compromiso social, elemento que, por lo general, cumplen los grandes clásicos de la literatura. En cualquier caso, para Valera, quien nunca defendió el Naturalismo, lo primordial en materia novelesca era la belleza estética y absorber al lector con su prosa, tal y como declara en el prólogo de la obra, y eso, desde luego, lo logra con creces.

VALERA, JUAN (1985 [1895]). Juanita la Larga (ed. Enrique Rubio). Madrid: Clásicos Castalia.

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